Mi dedo pulsando un ático. Yo fingiendo tan mal como siempre el miedo. Esperando que rezar sirva de algo y me abras la puerta.
Deseo que el ascensor me deje hasta tu cama porque no voy a saber andar por ese maldito pasillo largo, en el que me convierto en un material endeble incapaz de pisar el mismo suelo que tú. Puedes darte la vuelta y marcharte, pienso. Pero ya he escuchado tu voz y siento como se me aflojan las rodillas. La aorta vuelve a latir sangre y el veneno lo fulminaste cuando te vi sonreír.
Desacreditas cada uno de mis noes con solo rozarme y yo aun no te he dicho ni hola; como si cada centímetro de mi piel pegada a la tuya tuviera otro nombre. Te veo anochecer así; en dos colores, sin contrastes, perfilada y tu hombro izquierdo a la intemperie. Y de fondo, todo ese ruido que hacen la verdad y el tiempo cuando se juntan para cerrar la última puerta.
RUEGO
ResponderEliminarSeñor
es verdad lo que dicen
he enloquecido como un confuso mar
de gatos multicolores.
Y es ella el origen de mi locura
su negación a todo
su costumbre de cerrar los brazos
antes del abrazo
sus sentencias
sus coqueteos de estrella fugaz
el cerrojo que pone a su pecho.
Toda ella me tiene perdido
porque ella es todo
y yo un débil poema.
Señor
el amor cayó de tu mesa de trabajo
estando aún inconcluso
por eso es un fulgor indomable
que me llena de espejismos como a un náufrago.
Dime,
qué harás para salvarme?